Cada 31 de octubre se celebra Halloween, una de las festividades más esperadas del año, especialmente por los más jóvenes. Su origen se remonta a la antigua celebración celta del Samhain, cuando se marcaba el fin de la cosecha y el comienzo del invierno, un período asociado con la presencia de espíritus. Con el paso de los siglos, la festividad se fusionó con el calendario cristiano y dio lugar a lo que hoy conocemos como la “Noche de Brujas”, una jornada de disfraces, calabazas talladas y dulces.
Una celebración global con identidad local
En Argentina, la tradición se fue instalando poco a poco, especialmente en las últimas dos décadas, impulsada por las redes sociales, las escuelas bilingües y los medios de comunicación. En distintas ciudades se organizan fiestas temáticas, concursos de disfraces y actividades culturales, donde los niños salen a pedir dulces bajo la consigna “¡Dulce o truco!”. También muchos locales comerciales decoran sus vidrieras con calabazas, telarañas y luces naranjas, dándole un toque festivo a la jornada.
Entre lo lúdico y lo simbólico
Más allá del aspecto comercial, Halloween conserva su costado simbólico vinculado al encuentro con lo desconocido, la muerte y el misterio. Para algunos, representa una oportunidad para explorar los miedos a través del juego y la fantasía, mientras que para otros se trata de una ocasión para rendir homenaje a las tradiciones ancestrales o participar en actividades artísticas relacionadas con el terror y lo sobrenatural.
Actividades y participación comunitaria
En varias provincias argentinas, los municipios aprovechan la fecha para organizar propuestas familiares como cine de terror, ferias artesanales, proyecciones temáticas y desfiles de disfraces. Las redes sociales se llenan de fotos de maquillajes, manualidades y celebraciones que combinan lo local y lo global, mostrando cómo Halloween se consolida cada año como una fiesta cultural diversa, donde el miedo se transforma en motivo de encuentro, creatividad y diversión.
