La adolescencia es una etapa marcada por profundos cambios físicos y emocionales, en gran parte impulsados por el sistema endocrino. Durante esta fase, el cerebro de los jóvenes experimenta un importante desarrollo, lo que lo hace más sensible a las hormonas del estrés, como el cortisol y la adrenalina, que son liberadas ante situaciones percibidas como amenazantes. Estas hormonas afectan regiones clave del cerebro como la amígdala, responsable de regular las emociones, y el hipocampo, vinculado a la memoria, intensificando las respuestas emocionales.
El aumento del cortisol, una de las principales hormonas del estrés, puede desencadenar emociones intensas como la ansiedad, el miedo y la tristeza. Estas reacciones se ven acentuadas en la adolescencia debido a la rápida transformación cerebral y a los desafíos sociales propios de esta etapa, como el deseo de pertenencia y la presión por encajar en nuevos entornos. Este «combo» de emociones y cambios hormonales deja a los adolescentes en una situación de vulnerabilidad frente a trastornos como la ansiedad y la depresión.
Además de las hormonas del estrés, las hormonas sexuales, que comienzan a madurar durante la adolescencia, añaden complejidad al panorama emocional. Esto puede generar cambios abruptos en el estado de ánimo, llevando a los adolescentes a experimentar emociones extremas en poco tiempo. Por ello, es crucial que los jóvenes encuentren formas saludables de manejar estas emociones, a través de actividades como la meditación, la respiración profunda o la actividad física.
Para ayudar a los adolescentes a sobrellevar estas emociones, el apoyo de padres y cuidadores es fundamental. Comprender el impacto del estrés en su desarrollo emocional y ofrecerles un entorno seguro y comprensivo puede marcar una gran diferencia. Un diálogo abierto y estrategias para manejar el estrés pueden facilitar que los jóvenes enfrenten los desafíos emocionales de esta etapa de manera más equilibrada.